Palabras malsonantes
En español hay una palabra, desahogo, que vale, académicamente, por “manifestación violenta de un estado de ánimo” y también por “desembarazo, desenvoltura o descaro”. Las situaciones de la vida diaria en las que cualquier persona necesita un desahogo de la tensión sostenida en su quehacer son innumerables. Y pocas las que son capaces de reprimir esa pulsión cuando surge. Esas “manifestaciones violentas” tienen diversos grados y van desde el bufido al puñetazo sobre la mesa en sus formas más habituales y, por decirlo así, incruentas.Sin embargo, la manera más frecuente de desahogarse es la que utiliza el lenguaje. Son palabras o expresiones que coloquialmente se denominan precisamente palabrotas, con ese sufijo despectivo que ya nos avisa de que constituyen una degeneración del lenguaje al que pertenecen, aunque pueden ser correctísimas en su estricta formalidad lingüística. La costumbre de “soltar tacos” se considera una muestra de mala o escasa educación, pero lo cierto es que casi cualquier persona dice alguna vez una de esas palabras que suelen aludir a temas escatológicos o sexuales.
Una peculiaridad digna de atención, y probablemente de estudio filológico, es la consideración, en algunos países de nuestra lengua, como palabrotas de vocablos que para los españoles carecen absolutamente de ese tinte peyorativo. Es el caso del verbo coger y de la palabra madre en Argentina y en otros países hispanoamericanos. Coger allí vale por fornicar, dicho sea en la forma más fina posible; madre es en esas naciones tanto como prostituta, quizá como remembranza de la castellana Celestina a la que los otros personajes de la obra de Fernando de Rojas llaman madre repetidamente; de ahí que tantos hispanoamericanos adultos hablen de su mamá, algo que nosotros solemos interpretar como rescoldo de infantilismo.
Los tacos son también utilizados por muchas personas como mera muletilla al hablar, es decir, como apoyo mental hasta encontrar la palabra adecuada. La pudibundez de gran parte de la sociedad, que no es sino una forma menor de hipocresía, ha creado un sinfín de palabras para evitar pronunciar la malsonante dando lugar a un curioso y divertido lenguaje: mecachis, cagüen, jolín, jopé, joé, caray, carape, corcho… No obstante, hoy tales fórmulas están en progresivo desuso y los hablantes vuelven a preferir la rotundidad de las originales.
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